Cómo el surf me ha cambiado la vida
Y por qué quiero contártelo.
LA PRIMERA OLA
Estamos empezando una historia. Y una historia que merece la pena contar es una historia que empieza en un momento que te acordarás por el resto de tu vida.
Era el noviembre de 2009. Una semana de vacaciones en el medio de mi carrera universitaria como alumno de ciencias políticas me llevó a explorar la isla de Fuerteventura con mi familia. Era el penúltimo día de vacaciones. Había empezado un curso de windsurf sólo porque estaba incluido en el paquete all inclusive de mi super resort. No había mucho viento, pero sí había muchas olas.
Ninguno de los participantes del curso conseguía quedarse en equilibrio en la tabla de windsurf agarrando la vela. Así que, dándose cuenta, el monitor quitó la vela de la tabla y dijo con decisión: “Venga chicos, ¡probamos otro deporte!”. Ahora, piensa por un momento: estás de pie encima de una tabla de windsurf – que es por lo menos dos veces más grande que una tabla de surf – manteniendo la que piensas que es una correcta posición para surfear. Tu monitor está detrás de ti, esperando el momento justo para empujar la tabla en sintonía con las olas que se acercan. Si piensas en que normalmente en el surfing lo primero que haces es remar tumbado y solo después te levantas, todo esto parece extremadamente ridículo. Pero esto fue lo que pasó: la primera ola me caí, tal y cual la segunda. Y justo antes de que la tercera ola alcanzase la tabla, el monitor me dijo: “Antonio, flexiona las rodillas y pon los brazos por delante para encontrar más equilibrio”. Y aquí estamos. Aún lo recuerdo. Ahora mismo veo este momento maravilloso repetirse en frente de mis ojos. Esa ola que me lleva hasta la orilla. Esa tabla enorme deslizarse sobre la superficie del agua, arrastrada por la ola. Una sensación increíble de moverse en completa armonía con el océano. Sentí el tiempo pararse. Mi cabeza vacía. En la orilla, me caigo de la tabla, varada en la arena, me levanto y pienso: “Esto es lo que voy hacer por el resto de mi puta vida”.
Foto de @Pablo Borboroglu photography
Ahora, imagínate la vida de un chico italiano con 21 años que vive cerca de Venecia y todo los días coge un tren para ir a estudiar a Padua, con traje y corbata, con su periódico en la mano. Un chico que recién había empezado a escribir artículos en la sección cultura de una revista local. Imagínate la vida de ese chico atravesada de repente por un momento como este.
BOOM BOOM BABY.
RENACIDO
Imagínate ese chico vivir su vida normal pensando cada día y cada noche en ese momento, esperando la llegada de la primavera para tomar clases de surf en la playa más cercana. Y allá vamos. El primero de Mayo de 2010, en Sottomarina, una playa cerca de la laguna de Venecia. Parece un chiste, pero no lo es tío. También allá se surfea (¡a veces!).
Aquí hay un ejemplo de qué significa ir a surfear a las playas de Venecia. Traje de neopreno completo, capucha y escarpines. Nuestro amigo Matteo se empuja más allá de sus límites sin llevar guantes en el agua fría de Jesolo.
Foto de @Matteo Caeran
De repente mi vida empieza a desarrollarse alrededor del surf. Empiezo a practicar cada vez que puedo, alquilando una tabla en el kiosko que un amigo estaba montando en la playa de Jesolo – ¡fantástico Ale de Yes We Surf ! El surf realmente me estaba apasionando. Empecé a llevar conmigo a un par de otros amigos, y así fluyó la historia. Empezamos nuestros primeros “surf trips”, fuimos a Fuerteventura otra vez, a Capo Verde y a Levanto, el pueblo que descubrí ser una de las mayores capitales del surf de Italia. Todo esto mientras mi vida normal seguía como si fuera nada. ¿Pero qué es normal? ¿Puede ser que el deseo de vivir una vida distinta sea algo normal? Parece ser esto lo que pensamos todos. Como unas máquinas, nos levantamos por la mañana y vamos a trabajar de manera completamente automática y haciendo todo lo que se considera normal. Ir a la universidad, estudiar, trabajar durante el fin de semana para ahorrarse un dinerito. Pero lentamente en mi cabeza se iba haciendo claridad. Había algo que tenía que cambiar. Mi visión de vida estaba cambiando. Ya no estaba anclado al sitio donde nací.
El deseo de surfear olas distintas creó un deseo más grande de viajar y conocer otros países. El deseo de entrar en contacto con otras culturas y aprender otros idiomas. Y dime ahora ¿qué harías tú si fueras un alumno universitario que de repente empieza a sentir esos deseos? ¿Dejarías todo para cambiar vida? No, aún no. Demasiado temprano. Cuando creces en una ciudad del norte de Italia, la Sociedad te dice que tienes que acabar la universidad, que tienes que hacerte “Dottore”, así te llaman en Italia cuando acabas tus estudios universitarios. Tienes que obtener ese pedazo de papel. Sólo hay una salida. Se llama Erasmus exchange program. Adivina ahora cómo elegí mi destinación. En frente de un mapa, apuntando con el dedo a la zona más cercana al océano. Así llegué a Pontevedra, en Galicia. Los surfistas locales también la llamaban Galifornia. Galicia Calidade, me decían. Y es exactamente lo que viví durante el invierno 2013. Calidad.
Por primera vez en mi vida estaba viviendo una experiencia distinta, en un país que no era el mío, hablando un idioma que no era el mío. Iba a la universidad 3 días a la semana, entrenaba todas las noches en el Waterpolo Galaico Pontevedra – el equipo local de waterpolo – e iba a surfear cada vez que podía. Haber trabajado por los 7 años anteriores como camarero se reveló una buena estrategia para no trabajar mientras estaba en erasmus. Pero 6 meses se van muy rápido tío. Volví a Italia con 2 tablas de surf, 2 trajes de neopreno y una funda rígida para tablas de surf llena de accesorios. Una novia y un trabajo de fin de grado esperándome en casa junto con una mamá enfadada que pensaba que ya era lo suficientemente grande para empezar a ser hombre, ¡por fin! “Toc toc”, ¿quién toca a la puerta? Ah, aquí estás otra vez, mi querida Sociedad.
WELCOME BACK A TU NORMAL LIFE
¿Te acuerdas de todo el dinero que había antes de partir para el erasmus? Bueno, volví completamente seco. Empecé así a trabajar como vendedor en la tienda Decathlon de Mestre, mi ciudad natal, mientras acababa mi carrera universitaria. Trabajar 24 horas cada semana y seguir estudiando para mi especialización me permitía seguir surfeando de vez en cuando, cuando las condiciones también lo consentían. Me gustaba mucho mi trabajo. Ser vendedor en la sección de los deportes acuáticos me puso la vida fácil. Era como un pez que nadaba en su propio mar con la cabeza bien alta, y nadaba tan rápido que no me dí cuenta de que me iba acercando cada vez más a un océano mucho más grande en que me perdería. En muy poco tiempo fui seleccionado como responsable de sección siempre en la misma compañía, pero en Bassano del Grappa, una ciudad en el medio de las montañas. De 24 a 40 horas semanales – que llegaban a ser constantemente 50 – trabajando a 60 km del mar. Dios mío.
BOOM BOOM CIAO.
Desde un cierto punto de vista, estaba muy orgulloso de mi. Tenía 26 años, un contrato a jornada laboral completa con tiempo indefinido y una excelente posición en una compañía consolidada en el mercado europeo e internacional. Espera, ¿cómo se llamaba todo esto? Ah, si verdad, mi querida Sociedad. Aprende rápido, trabaja duro. Era la misma vida normal de siempre, pero esta vez se estaba volviendo un poco más seria. Esta vez pedía que renunciara a mis pasiones. Pero es normal si piensas bién en esto. Trabajas 52 semanas cada año, con 4 semanas de vacaciones sólo. Un matemático te diría que si consiguieras surfear durante esas 4 semanas, obtendrías exactamente – en el mejor de los casos – el 7,5% de felicidad sobre el 100% de tu vida normal. Venga muchacho. Coge un buen respiro y lánzate por delante. De esta experiencia obtuve muchas satisfacciones personales. Aprendí varios aspectos laborales que han creado la persona que soy ahora. Sobre todo por lo que se refiere al desarrollo de un proyecto comercial y a la gestión de un equipo de personas que trabaja para ti. Me gustaba mucho mi trabajo. Me dió mucho, pero me quitó mucho también.
Foto de @Pablo Borboroglu photography
En el primer año de mi trabajo full-time fui a surfear una vez sóla. Exactamente el 0,3% de mi vida ese año. Y cuando, después de un año, conseguí volver de vacaciones a la bonita isla de Fuerteventura, volví a descubrir mi mismo otra vez. Y de vuelta de esas vacaciones, la chica con la cual tenía una relación desde hace 8 años, me dejó. Y dime ahora ¿qué se suponía que debía pensar cuando una de las razones que más me mantenía enganchado a mi vida normal, de repente desaparecía? Yo me voy.
Lejos de mi familia, de mis amigos, me levantaba cada mañana y desayunaba sentado en la mesa de la cocina, en frente de un imán de nevera sobre el que había escrito “Remember your place. Follow the sun”. Estaba viviendo mi vida normal mientras soñaba con otra. En realidad lo sabía que esa no era mi casa. Lo sabía que tenía que seguir ese sol. Sueña en grande, trabaja duro. Y mientras buscaba una salida dentro de mi trabajo, enviando solicitudes de empleo para otros puestos de trabajo en otras tiendas Decathlon en Italia o en Europa, esperando acercarme cuanto más fuera posible a mis queridas olas, elegí el destino para el viaje siguiente: un surf camp en Tenerife.
La expresión típica de alguien que está haciendo lo que lo hace feliz.
Foto de @Pablo Borboroglu photography
Cada mañana abría los ojos en frente de una pared que tenía pintada la frase “wake up and live”. Iba a surfear todos los días, a veces dos veces por día y hasta el atardecer. Fui a nadar con tortugas marina en absoluta libertad y cuando salía por el mar en kayak o en pádel era muy fácil encontrar delfines nadando alrededor. Una sesión de yoga en frente al atardecer era lo que coronaba el día. Bajé mi ritmo de vida totalmente y estaba conectando muchísimo con todos los otros viajeros que venían de todas partes del mundo. Ya sabía que la vuelta a mi vida normal sería traumática.
LA DECISIÓN DE PARTIR
Y es exactamente lo que pasó. El primer día de vuelta a mi puesto de trabajo mi cabeza fue literalmente abrumada de una serie aparentemente interminable de eventos que pasaron durante mis vacaciones. Problemas que me esperaban para que yo los resolvieras. Bienvenido Antonio, arremángate rápido que volvemos a empezar. Pero no esa vez. Después de haber vivido una experiencia como esa, tuve que pedir permiso para salir de la tienda a mitad de mi turno. Bajé rápido al aparcamiento, subí al coche y empecé a conducir. Me paré en frente de un semáforo rojo y sólo entonces me dí cuenta de que no sabía hacía donde estaba conduciendo. Estaba literalmente escapando. Mis brazos estaban rígidos, mis puños cerrados en el volante, mi cuello hundido en los hombros. Claros señales de un cuerpo tenso, expresión de un deseo de evasión que ya no era secreto.
Me pregunté cuál era el problema y no conseguí respuesta. Me pregunté entonces en dónde querría estar en ese momento y la respuesta fue clara: en el medio de las olas. Se había acabado todo.
Volví a casa, encendí mi ordenador y le escribí un correo al chico que trabajaba como manager en el surfcamp en Tenerife, explicándole lo que hacía en mi vida pero que realmente tenía el deseo de construir algo distinto. Nos llamamos unas veces y un día me dijo que, si realmente lo quisiera, podría volver a la isla para empezar a trabajar con él.
Tardé dos semanas para tomar una decisión. Cuanto más pensaba en ello, más se hacía realidad en mi cabeza.
Ya no podía rechazar lo que sentía.
Ya no podía seguir viviendo una vida normal, que no era la mía.
Ya no podía seguir soñando, sino que tenía que empezar a vivir de verdad.
Y después de dos semanas todo fue claro. El miedo de no tomar esa decisión era mucho más grande que el miedo de dejar lo que tenía para hacer un salto en el vacío. El miedo de probar y fracasar no era nada en comparación con el miedo de encontrarme, algún día, a mí mismo, diciendo: “Habría podido intentar, pero no lo he hecho”. Era entonces, o nunca más.
Y justo unos días antes de partir, un amigo me dijo: “Gracias Antonio, porque nos has hecho un regalo muy bonito”. Yo, confundido y un poco molesto, me puse a reír. Pensaba que se estaba burlando de mí. Pero ¿cómo es que yo me voy y tú esto lo tomas como un regalo?”. Él, riéndose, me dijo: “Tomando esta decisión has abierto los ojos de todos tus colegas. Ahora todos saben que la vida es solamente una cuestión de elegir. Y tomar una decisión es fácil, si realmente lo quieres.” Me quedé muy impresionado cuando descubrí, un tiempo después, que parte de mis colegas habían dejado su trabajo y habían tomado otros caminos.
El 26 de Agosto de 2016 esa decisión me llevó a Tenerife. Y un año y medio después empecé mi propio negocio y creé mi propia escuela de surf: Surf Life Tenerife. Es así como empezó mi Surf Life. Pero esta es otra historia.